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Hace unos años, cuando Amancio Ortega entraba por primera vez en el top 10 de las personas más ricas del mundo de la revista Forbes, una buena amiga me contaba una conversación que había oído en el metro. Una chica de menos de veinte años hojeaba un diario gratuito y le comentaba a su amiga: “Fíjate, ya estamos entre los diez primeros”, refiriéndose al evento de ver un individuo de nacionalidad española en tan nombrado ranking . No creo que las dos muchachas fueran hijas del señor Ortega, pues dudo que si visitan Barcelona se muevan en transporte público, como tampoco creo que se trate de accionistas de su principal empresa, Inditex. Así que deduzco que se enorgullecían de compartir nacionalidad con uno de los diez individuos más ricos del mundo, infiriendo, como los medios de comunicación y una interminable pandilla de tertulianos neoliberales nos invitan a hacer, que si los millonarios y millonarias autóctonos les van bien las cosas, a la ciudadanía también le irá bien, aunque sea recogiendo las migajas.

foto: cotizalia.com

Esta semana, Forbes ha colocado al ejemplar empresario gallego como propietario de una de las tres mayores fortunas del mundo. Seguro que la noticia debe haber enorgullecido a muchos españoles y españolas que justifican la buena estrella del señor Ortega repitiendo la letanía que han leído en algún periódico del domingo que desde hace tiempo nos ofrecen artículos, reportajes y notas periodísticas que destacan que Amancio es un “empresario hecho a sí mismo” que está recogiendo los frutos de haber trabajado duro durante décadas. Los medios de desinformación mayoritarios pero, olvidan a las costureras gallegas que durante décadas han levantado las marcas del grupo Inditex trabajando muy muy duro a cambio de salarios más bien modestos. Estas obreras, que muchas veces trabajaban en su propio domicilio cobrando por trabajo hecho y fuera de la legalidad, se han ido quedando sin trabajo a medida que Zara, Bershka, Stradivarius y el resto de marcas del grupo han subcontratado talleres en países que ofrecían unas condiciones “óptimas para la industria de la confección”.

En los últimos cinco años los casos de explotación laboral, persecución sindical y vulneración de la libertad de asociación se han sucedido en Bangladesh y Camboya. Estos países ‘disfrutan’ del gran ventaja competitiva de pagar los salarios más bajos del mundo. En el caso de Bangladesh, el salario medio de una obrera de la confección se sitúa alrededor de los 34 euros mensuales, mientras en Camboya ronda los 60 euros mensuales. Aunque estas cifras se ajustan a la legalidad, apenas llegan para cubrir los costes de una nutrición digna. En ambos países las movilizaciones de las plantillas para lograr un aumento del salario mínimo legal han chocado con la dura represión por parte del Estado y de la patronal.

En agosto de 2011, el Gobierno brasileño descubrió talleres clandestinos en São Paulo donde inmigrantes latinoamericanos confeccionaban ropa de Zara en condiciones de esclavitud. El caso se saldó con un acuerdo entre Inditex y Brasil por el que la empresa gallega destinaría 1,4 millones de euros a fines sociales en este país. En Argentina, la cooperativa La Alameda ha denunciado casos muy similares a los de Brasil, documentando situaciones de esclavitud entre inmigrantes bolivianas que cosían ropa para Zara.

En diciembre de 2011, la Campaña Ropa Limpia publicaba un informe sobre las condiciones de vida de las obreras de la confección de Tánger en el que se documentaban las situaciones de explotación laboral que viven las trabajadoras que cosen ropa para el mercado internacional en las zonas industriales de la ciudad marroquí. Las obreras que trabajaban para fábricas proveedoras de Zara, Bershka u otra firma del grupo Inditex no gozaban de mejores condiciones que las demás. Aunque suelen pagarse los salarios mínimos establecidos por el código de trabajo del país (unos 200 euros mensuales), las jornadas semanales de más de 55 horas eran la norma, al igual que la represión a cualquier intento de organización sindical.

Y las denuncias públicas hacia la compañía de Amancio Ortega no proceden sólo de sus fábricas proveedoras en el extranjero. Las personas que trabajan en sus tiendas sufren unas condiciones laborales que suelen situarse al límite de la legalidad.

La internacionalización de las Empresas Transnacionales españolas también consiste en buscar nuevas clientelas. Las políticas de austeridad y la erosión de los derechos de las personas trabajadoras en España condenan a todas aquellas empresas que dependen de la demanda interna. De ahí la insistencia de las élites económicas y políticas en la necesidad de “internacionalizar” las empresas y de buscar nuevos mercados. Sintetizando y en palabras llanas, se está recomendando a los productores de vinos de la Rioja o el Penedés que vendan su producto a la creciente clase dominante china o brasileña, porque con la situación actual, la ciudadanía española tendrá que comprar vino de cartón en el supermercado. Pero la tabla de salvación de la internacionalización no está en las manos de cualquier compañía, y las PYMES siguen cerrando mientras los monstruos empresariales como Inditex continúan creciendo y aumentando los beneficios.

A empresas como Inditex no les supone ningún problema la caída de la demanda interna española en un pozo sin fondo. Saben perfectamente en qué consiste la internacionalización y es por ello que el incremento de tiendas en España es de 7 establecimientos mientras todo el mundo el grupo ha expandido su actividad de venta al público en 483 tiendas.

La acumulación de capital por parte de grupos empresariales o de personas de un determinado país no tiene nada que ver con el bienestar de la ciudadanía. Más bien facilita que una concentración de poder que permite a las élites controlar los espacios de decisión política y los medios de desinformación de masas y pasar como filántropos benefactores hechos a sí mismos mientras siguen enriqueciéndose sin límite a costa de la explotación de miles de obreras y obreros.