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La firma sueca H&M ha puesto en marcha una campaña de recogida de ropa usada para su reutilización. Son muchas las voces que critican esta marca ya sus competidoras directas para crear la “fast fashion”, ropa barata para usar y tirar que en las últimas dos décadas ha provocado un incremento imparable de la producción de fibras y de la incineración de ropa a vertederos de basura. Para hacer más “sostenible” esta moda rápida, H&M se apunta al carro de la innovación social y crea un programa de recogida y reutilización de ropa con el que premia a las personas que lleven su ropa vieja a los establecimientos con puntos para comprar nuevas piezas de la firma.

Joli Akhter, obrera de la confecció, i la seva familia esmorzant. Dhaka, Bangladesh, August 2009.  Foto de Taslima Akhter/Clean Clothes Campaign
Joli Akhter, obrera de la confecció, i la seva familia esmorzant. Dhaka, Bangladesh, August 2009. Foto de Taslima Akhter/Clean Clothes Campaign

No se trata de la única actuación de H&M bajo la etiqueta de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE). Desde que una televisión sueca emitiera hace ya 10 años un documental demoledor sobre las condiciones laborales en la cadena de suministro global de la empresa, ha puesto en marcha todos los mecanismos voluntarios que la RSE pone a su alcance para proyectar una imagen de compañía preocupada por el impacto de su producción. Tiene un código de conducta que hace firmar a todas las fábricas proveedoras, encarga auditorías sociales de las fábricas proveedoras y publica una memoria de sostenibilidad anual donde explica sus acciones en pro del medio ambiente y de las personas. Todo ello para convencer a los consumidores de que los escándalos que destapan las organizaciones de derechos humanos son anécdotas. Casos puntuales que escapan al control que impone la firma y que, en cualquier caso, son culpa de empresarios locales y de la administración del país de turno que no hace cumplir las leyes.

Pero la explotación laboral en la industria de la confección tiene poco de anecdótico. Se trata de una realidad estructural en la raíz de la cual hay un modelo de comercio internacional y de relaciones laborales al servicio de las grandes empresas. La industria de la moda es pionera en la deslocalización de la producción y en aprovechar las ventajas de las cadenas de suministro globales. En los países y fábricas donde se abastecen H & M, Zara, Benetton, C & A y muchas otras, es habitual realizar jornadas interminables a cambio del salario mínimo local que, en ningún caso, permite cubrir las necesidades más allá de la supervivencia biológica. 60 euros mensuales en las provincias chinas “más competitivas”, 30 euros mensuales en Bangladesh o 190 euros mensuales en Marruecos, son los salarios que ingresan las obreras (más de un 80% mujeres) que trabajan cosiendo la ropa de las grandes corporaciones .

Durante las últimas semanas, trabajadoras de una fábrica de ropa interior de H & M en Camboya acampan frente al centro de trabajo reclamando que se les paguen las indemnizaciones que les deben por despidos masivos. Recientemente, el programa de televisión sueco “Kalla Fakta”, ha emitido un documental de investigación sobre las condiciones de los trabajadores de las fábricas de H & M en Camboya. El programa se centró en las condiciones en M & V International, una fábrica que emplea a unos 5.000 trabajadores en la provincia de Kampong Chhnang. En los camiones que se utilizan para trasladar las trabajadoras desde sus casas hasta la fábrica viajan entre 40 y 80 trabajadoras amontonadas como ganado. Las mujeres pagan por ese privilegio mediante su abono de transporte. Esta práctica no es exclusiva de M & V, se utiliza para transportar a los trabajadores de todo el país. Cada año hay personas muertas y heridas en estos desplazamientos. En Camboya se considera a un trabajador indefinido a partir de los 2 años. Sin embargo, la mayoría de los trabajadores de M & V se consideran trabajadores temporales, ya que periódicamente son despedidos y recontractats por la empresa, que así se ahorra cualquier remuneración por antigüedad, y mantiene el miedo constante en los trabajadores de perder sus puestos de trabajo.

En agosto pasado, cerca de 300 mujeres se desmayaron en la fábrica en sólo dos días. Un informe de H&M concluyó que sólo dos sufrieron desmayos reales y que el resto de las mujeres sufrieron ataques de histeria colectivos. Estos “ataques de histeria” se habrían producido entre unas trabajadoras sobrecargadas de trabajo y acostumbradas a hacer horas extras para conseguir un salario mínimo para vivir. Un año después del primer desmayo en M & V, la fábrica aún no ha tomado medidas reales. La única respuesta de la fábrica fue ofrecer a las trabajadoras unos días de descanso y rebajar el número de horas extraordinarias durante 2 semanas para finalmente restablecer el horario habitual con las horas extraordinarias incluidas. Yin Nak jefe administrativo de M & V declaró, que “en el futuro, debemos enseñar a las mujeres a luchar contra sus problemas mentales”. Las obreras de la confección de Camboya cobran el equivalente de 47 euros al mes, y hacen una jornada laboral nunca inferior a 10h al día más 2 horas extras de trabajo. Además, el sistema de trabajo está basado en el precio por prenda completa. Ellas reciben cierta cantidad de dinero por cada artículo de ropa completado y unos objetivos de volumen mínimo a conseguir, del que dependerá su trabajo.

Por definición la “fast fashion” es insostenible. Tanto desde el punto de vista social como medioambiental, las estrategias empresariales asociadas son causantes de notables externalidades ambientales que de las que la empresa se desentiende y del intensificación de la precariedad entre las obreras de las cadenas de producción. La logística de estas firmas exige la máxima flexibilidad a los productores de confección. Las colecciones se deciden en breves espacios de tiempo, las cantidades de los pedidos varían en función de la salida comercial del flujo de producto, y las fábricas de los países productores han visto como los plazos de entrega de los pedidos se reducían drásticamente y se hacía cada vez más difícil planificar el ritmo de producción. Los empresarios trasladan sistemáticamente los riesgos a las trabajadoras manteniendo una plantilla reducida a la que se hace trabajar hasta la extenuación cuando hay un pedido grande o haciendo trabajar a las personas sin garantía legal ni contrato.

Por mucho que se reutilice parte de la ropa a través de proyectos de recogida, la enorme producción de algodón para satisfacer la industria genera brutales impactos sobre los sistemas agrarios de países como la India o Pakistán, erosionando la soberanía alimentaria al sustituir cultivos de alimentos por el algodón. Forzados por políticas orientadas a la exportación y por la fuerte competencia de los grandes terratenientes, los pequeños propietarios agrarios de estos países se han endeudado para comprar fertilizantes, semillas híbridas e insecticidas químicos, para acabar viendo como la promesa de acceder a un mercado que los garantizara ingresos estables desvanecía. Hoy, en la India, las noticias sobre suicidios por ingestión de sustancias tóxicas de pequeños productores de algodón son una macabra pero frecuente realidad. En Uzbekistán, donde el gobierno controla la producción y el comercio, el conglomerado coreano Daewo produce en condiciones de esclavitud algodón que luego compran las grandes marcas del sector. A pesar de los compromisos de H&M para no comprar el algodón de ese país, Daewo asegura que es uno de sus principales clientes.

Por si fuera poco, H&M inventa, una vez más, la sopa de ajo, y se presenta a la ciudadanía de un país sumido en una depresión económica profunda y con altas tasas de pobreza como una empresa benefactora que mira por la gente generando puestos de trabajo para personas en situación de exclusión en el proceso de tratamiento de la ropa de segunda mano para su reutilización y poniendo en el mercado ropa aún más barata y asequible. Olvidando deliberadamente que existen iniciativas locales sin ánimo de lucro que lleva más de 15 años que se dedican precisamente a esta tarea. Traperos de Emaús o Ropa Amiga, son dos de estos proyectos que mediante la recogida de ropa usada generan puestos de trabajo y abastecen tiendas donde compradores y compradoras pueden acudir con normalidad y donde personas que reciben la ayuda de entidades sociales pueden seguir comprando con los vales que les proporcionan rompiendo la cultura de la “cola de pobres” que espera caridad.