A mediados de los 50 se abre el primer supermercado en España y en 1973 abre sus puertas el primer hipermercado. Desde entonces el comercio minorista ha experimentado una transformación radical. El incremento del número de establecimientos de formato super o hipermercado y de grandes centros comerciales ha propiciado cambios profundos en las costumbres y hábitos de consumo de los hogares. Mientras que a principios de los 80 las compras de alimentación se realizaban en mercados y tiendas cercanas al hogar, el proceso de implantación de los formatos de distribución moderna ha convertido estos nuevos establecimientos en un polo de atracción para el consumo familiar. En 1995, el 35,5% de las compras de alimentación se realizaban en supermercados, la proporción en 2006 era del 45,4%. Por su parte, la cuota de venta de las tiendas tradicionales ha pasado del 35,6% al 28,8% en el mismo período1. El proceso de sustitución es un hecho.
Desde algunos sectores del movimiento de Comercio Justo (CJ) se ha asumido que ante esta realidad, los productos de CJ deben encontrar un espacio en los lineales de los supermercados a fin de llegar a un mayor número de personas consumidoras y de incrementar las ventas. Si bien es cierto que experiencias como la de las bananas en Holanda o Alemania demuestran que puede ser una vía para incrementar las ventas y con ello los ingresos de los productores de CJ de los países del Sur global, con esta estrategia no se tiene en cuenta que las claves del éxito de este tipo de empresas radican, precisamente, en las prácticas políticas y comerciales contra las que el CJ pretende luchar. Esta perspectiva pone énfasis en la vertiente comercializadora del CJ dejando a parte la vertiente sensibilizadora y de denuncia y olvidando que uno de los objetivos del CJ es demostrar que es posible organizar el mercado de otra forma.
El poder de las empresas de distribución alimentaria moderna reside en la concentración del sector comercial. Mientras el número de locales comerciales destinados a la comercialización al detalle de alimentos y bebidas se ha incrementado en un 7,84% entre 2001 y 2005 en el conjunto del Estado Español, el número de empresas dedicadas a esta actividad ha descendido un 5,71%. La reducción del número de empresas se ha producido entre aquellas más pequeñas: las que ocupaban 4 trabajadores o menos se han reducido en un 8,42% mientras las empresas de más de 4 trabajadores han aumentado en un 53,17%2. El resultado más claro de esta tendencia es que el 38% de los alimentos consumidos en España durante 2006 se compraron en un comercio propiedad de Carrefour, Mercadona o Eroski3 y que la cuota de mercado de los 5 primeros operadores es del 55%. Esta concentración de poder permite a las empresas de distribución imponer su modelo comercial a los productores exigiendo unos precios bajos y producciones intensivas y nada sostenibles. La capacidad de las empresas de distribución alimentaria para imponer sus condiciones se percibe claramente en la política de precios. La presión ejercida por las grandes cadenas para rebajar los precios en origen está afectando la viabilidad económica de muchas explotaciones agrarias. En algunos productos, el precio de venta al público es 11 veces superior al monto que recibe el agricultor y la diferencia media se sitúan en el 390%. Durante el año 2006 el precio en origen de los plátanos producidos en España cayó un 55% y el de los limones un 28% mientras el precio de venta al público apenas registro cambios4. Esta tendencia se ha agravado en 2008 y, según la COAG (Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos) , los precios de los productos agrícolas y ganaderos en agosto de 2008 están sufriendo unos incrementos medios del 441% entre origen y destino. La situación de los agricultores familiares es cada vez más crítica, y el contexto sólo permite la supervivencia de grandes explotaciones. Mientras los agricultores y ganaderos familiares pasan penurias económicas, los consumidores de todo el mundo asisten a un incremento de los precios de los alimentos que dificulta el acceso a la cesta básica de millones de personas5.
Aún suponiendo que las condiciones impuestas por las empresas de gran distribución a los productores de CJ sean mejores, continuarán propiciando el monocultivo6, la dependencia de los productores respecto de la exportación y la concentración de explotaciones agrarias y tierras de cultivo en pocas manos. Este tipo de CJ no ayuda en absoluta a la resistencia de los mercados locales ni a la diversificación de cultivos imprescindible para garantizar la soberanía alimentaria7. La definición de este sistema de distribución y su configuración oligopólica tan sólo permiten la existencia de los productos de CJ de forma anecdótica. El grueso del beneficio de las grandes cadenas viene de la capacidad que han tenido de erigirse como única puerta de entrada de las personas consumidoras al mercado agroalimentario8. En la medida en que los supuestos productos alternativos también se puedan encontrar en el supermercado la capacidad de supervivencia de otras formas de comercialización se irá reduciendo. Se ha argumentado que el supermercado es una vía para acercar los productos de comercio justo a la gran masa de personas consumidoras. Este argumento tiene otra lectura muy preocupante: “si hasta el comercio justo se puede encontrar en el supermercado, ¿para qué ir a otro tipo de tienda?”.
Aunque llegáramos a justificar la presencia de los productos de comercio justo en los supermercados a través de la mejora de las condiciones de vida de algunos grupos productores de países del Sur global, no podríamos olvidar que estos productos conviven con un sistema depredador e insostenible que está arruinando al resto de productores del Sur y del Norte y al comercio tradicional limitando las vías que los consumidores tienen para acceso al mercado.
Ante esta situación, sólo podemos concluir que el movimiento de comercio justo debe implicarse en la creación de espacios de comercialización alternativos basados en una cadena transparente, con el menor número de intermediarios posible y que facilite la diversidad de modos de producción y de modos de consumo, y reiterar que el CJ debe ser una herramienta de comercialización pero también de denuncia y sensibilización. Estos dos últimos elementos difícilmente los encontraremos en los lineales de un hipermercado.
Albert Sales i Campos
Campanya Grans Cadenes de Distribució, No gracies!
1Información Comercial Española (2007), Boletín económico del ICE. El empleo en el sector de la distribución comercial, Información Comercial Española, Secretaría de Estado de Turismo y Comecio, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, capt 6 pág 140
2Encuesta anual de comercio 2005. Instituto Nacional de Estadística. www.ine.es.
3Información Comercial Española (2007), Boletín económico del ICE. Estructura del sector de la distribución comercial, Información Comercial Española, Secretaría de Estado de Turismo y Comercio, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, capítulo 2, pp. 59-73.
4COAG (2007), El poder de las grandes superficies en la cadena agroalimentaria. Disponible en http://supermercatsnogracies.files.wordpress.com/2008/02/070312_informe_coag_grandes_superficies.pdf a 6 de agosto de 2008.
5Albert Sales (2008), ¿Quién es responsable de la crisis alimentaria?. Disponible a www.sinpermiso.info a 30 de juliol de 2008.
6No es el tema que nos ocupa exponer aquí los daños que causa el monocultivo a la soberanía alimentaria y a las estructuras sociales y económicas locales en todo el mundo pero sugerimos a las personas interesadas la lectura de Raj Patel (2008), Obesos y Famélicos.
7En la mayoria de los casos, la implantación de los monocultivos responde a las exigencias de materias primas de las potencias coloniales.
8 Las grandes superficies están incrementando cada vez más rápidamente su cuota de mercado en otros sectores como el textil o la electrónica.